sábado, 20 de septiembre de 2014

A un poste de la libertad


Marta Romero Salgado

Hace ya unos meses leí "Déjame que te cuente" un gran libro del psicodramaturgo, terapeuta gestáltico y escritor argentino, Jorge Bucay. En él se cuenta la historia de un joven que acude a un psicólogo en busca de ayuda y éste utiliza una terapia poco común. Le cuenta cuentos que le hacen reflexionar y sacar conclusiones propias hacia los problemas que tanto le martirizan en su vida diaria. 

Hoy he recordado una de las historias que le cuenta el psicólogo al joven. Esta trata sobre un elefante. Un elefante al que ataron de pequeño a un poste y del que intentó liberarse en innumerables ocasiones hasta que un buen día desistió. Con el paso de los años, el pequeño elefante pasó a ser un gran elefante que seguía atado al mismo lugar del que de pequeño no fue capaz de liberarse. Pero, ¿por qué seguía atado a un, ahora, insignificante poste?



Así acababa la historia. El gran elefante se había resignado a vivir atado a un pequeño poste porque en cierta ocasión no fue capaz de escapar de él. Trasladando esta historia a la vida diaria, a los problemas que se nos presentan día sí y día también, pensando en los límites que nos ponemos nosotros mismos... Pienso: ¿estoy yo "atada", también, a algún "poste"?¿me estaré poniendo límites que no existen? y si es así ¿sabré cómo liberarme? 

Pero, como estudiante de periodismo que soy, también pienso en la llamada "autocensura". Eso a lo que muchos periodistas se aferran supongo que por no perder su trabajo. La verdad que a veces somos nosotros mismos quienes talamos un gran árbol, cavamos un agujero enorme, hundimos bien el tronco en él y nos atamos firmemente a nosotros mismos. El ser humano no necesita a nadie más que a sí mismo para ponerse límites. Pero, cierto es que no vivimos solos y que cada vez la sociedad nos va imponiendo ciertas normas, nos va cercando más y más nuestra libertad, nos va ahogando nuestra vida y nos convierte en resignados zombies, en elefantes domados, educados para no rechistar, para no pelear por un poco de aire fresco que nos deje respirar.


El elefante no luchaba por la libertad cuando podía lograrla porque no le habían enseñado a hacerlo, porque ya se había acostumbrado a vivir así, se había resignado a tener una vida de siervo obediente, pero espero con toda mi alma que en el final del cuento, si alguien lo escribe, el triste elefante atado consiga ser feliz en libertad.

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