lunes, 20 de abril de 2015

Oficios con futuro, en peligro de extinción

Marta Romero Salgado

Las armerías eibarresas temen verse obligadas a cerrar por falta de personas formadas para trabajar en sus empresas


Las empresas tendrán que unirse si quieren sobrevivir”, asegura Jose Ignacio Peña, grabador
En las armerías hay personas de 70 años trabajando”, declara Martín Domínguez empleado de AYA
Se puede vivir del grabado y bien”, comenta Eduardo Aranburu, grabador
Cuando las pelas escasean, cultura se va a tomar por saco”, protesta Mª Asun Nogués


DSCN9158.JPGUna mujer abre la puerta y se presenta muy alegre. Su nombre es Mª Asun Nogués y, en estos momentos, se encuentra preparando la comida.  Es una mujer muy habladora, con energía y que, a pesar de estar jubilada, continúa trabajando. Se ausenta un segundo y vuelve. Trae entre sus manos una pieza pesada envuelta en plásticos y papel. Un cuarto de folio con unos garabatos se encuentran dentro para explicarle el encargo. Mª Asun saca de la bolsa de plástico el objeto, lo desenvuelve y lo enseña. Es un arma.


La industria armera de Eibar ha sido la más importante en España. Tanto es así que es el único Banco de Pruebas de Armas de Fuego está en esta ciudad, reconocido de manera oficial, desde 1919. Y ya en el reinado de Alfonso XIII la empresa Víctor Sarasqueta fue elegida Armería Real. Las armas eibarresas se han exportado a multitud de países y, a modo de anécdota, Mª Asun Nogués cuenta que hace unos años recibió un encargo por parte de la Casa Real.


Pero, esta industria está viviendo, desde hace años, una crisis perpetua. Crisis de personal, sobre todo, ya que, a pesar de ser empresas que reciben numerosos encargos, no son capaces de asumir tanta demanda por falta de personal. Y no, precisamente, porque no haya gente que quiera trabajar en las armerías, porque se cobra muy bien, sino porque no hay ninguna escuela donde se enseñe a los jóvenes este tipo de profesiones. Son las empresas, por tanto, las que se tienen que encargar de la captación, educación y sueldo de jóvenes dispuestos a ser culateros, damasquinadores, grabadores,... Una inversión, dicen, muy alta.


A los 14 años Mª Asun Nogués ingresó en la Escuela de Dibujo de Eibar dirigida por Lucas Alberdi. Comenzó a trabajar el damasquinado y más adelante, a propuesta de un profesor, aprendió el arte del relieve. “Yo me creía más que nadie por saber hacer, no solo damasquinado, sino relieve (ríe a carcajadas). No sabes, y te crees la hostia”.


El damasquinado es una técnica cuyo origen está en la Ciudad de Eibar y que consiste en dibujar con oro figuras sobre hierro. “Se comienza rayando el hierro en tres direcciones, después, se dibuja a lápiz un patrón sobre el metal y, por último, se repasa con hilo de oro”. El damasquinado permitió hacer miniaturas y figuras muy minuciosas con las que se llegarían a decorar desde armas, hasta broches.


20150411_174012.jpgEl oro que se utiliza para este tipo de trabajos es de 24 quilates. Oro puro. “El oro debe ser sin ninguna aleación. En joyería andan en 18 quilates y ya dicen que es oro puro. Nosotros utilizamos oro de 24 quilates”, explica. El oro de 24 quilates es más maleable que el de 18. Por tanto, no sirve para las joyerías -continúa explicando Mª Asun-, porque se dobla”. Pero también se utiliza el oro verde. Esto es, oro con un 20% de aleación de plata. Lo suficiente para que se oxide. “Para limpiarlo, solo necesitamos una goma de borrar o Tres en Uno y miga de pan”, aconseja.


El oro que utiliza Mª Asun es como un alambre, tan fino como un pelo, por eso asegura que le es necesario hacer uso de una lupa para hacer sus trabajos. “Nosotros hablamos en micras a la hora de señalar el grosor del hilo de oro, no en milímetros”.


Los materiales a utilizar son muy caros y el tiempo que es necesario para crear una pieza de damasquinado, es mucho. Por tanto, las piezas tienen un valor muy elevado, aunque la damasquinadora nos confiesa no cobrar por horas. “Yo soy un poco idiota -dice-, pero si cobrara por horas, no trabajaba. Cobro por tamaños”.


Lo más singular en Mª Asun ya no es solo su gran habilidad como damasquinadora, sino el hecho de ser la última damasquinadora artesana de Eibar. “En Eibar este trabajo ha sido tan importante...que yo creo que le ha dado vida”, asegura. Durante años fue profesora en la Escuela de Damasquinado que cerró hace unas décadas el ayuntamiento. “Hubo gente -explica-, que quería que el damasquinado no se perdiese y fue tocando aldabas hasta que el Gobierno Vasco dio una remesa para hacer una pequeña prueba”. Los exámenes para profesor duraron diez días. “Diez horas al día… ¡Ni a los ingenieros les piden eso!”.


20150411_181218.jpgPero, al Gobierno Vasco y al ayuntamiento les era imposible potenciar una escuela más y, sobre todo, teniendo en cuenta el coste de los materiales. Pero, el declive total vino gracias a una medida tomada por la Comunidad Económica Europea que potenció la Escuela Taller. “Los jóvenes vieron la oportunidad de cobrar un salario mínimo interprofesional y, aunque no supieran hacer la O con un canuto, pues iban”. “Cuando las pelas escasean, -concluye Mª Asun- cultura se va a tomar por saco”.


Mª Asun puso sobre la mesa una realidad ilógica. La industria armera estaba viva, pero la estaban dejando morir. Apenas cuatro empresas quedan, hoy por hoy, abiertas en la ciudad: GRULLA Armas, AYA, Armas Kemen y Armas Garbí.  Y todas ellas tienen un  gran temor: el cambio generacional. Al no existir escuelas donde formar a los distintos artesanos necesarios en la industria armera, las empresas no tienen dónde encontrarlos. Y, precisamente, lo que hace tan especial a la industria armera eibarresa es el seguir fabricando armas de un modo artesanal.


Para conocer de primera mano cuáles son los problemas con los que día a día se enfrenta una empresa que necesita de artesanos y no tiene dónde encontrarlos, se contactó con la empresa Aguirre y Aranzabal (AYA) una de las armerías con más prestigio de Eibar.


Conociendo la empresa


DSCN9173.JPGEl ruido era continuo dentro de la empresa y los jornaleros se encontraban concentrados en su trabajo. En todos ellos había algo en común, que no se afanaban por hacer las cosas a toda prisa, sino en hacerlas bien. “Nunca nadie nos ha metido prisa, siempre han querido que trabajemos a gusto”, asegura Martín Domínguez, trabajador de AYA.


Lejos del bullicio de las máquinas, en un cuarto rodeado de ventanales y con la música a tope, se encuentran tres trabajadores, dos mujeres y un hombre. Trabajan como grabadores artesanales. Su labor es ir comiendo el hierro con un buril para crear multitud de figuras en él. Es como si pasaran un lápiz sobre una pieza de plastilina. Solo que, obviamente, más costoso y difícil de realizar. “Es un trabajo que se aprende con años de dedicación”, asegura Jose Ignacio Peña, grabador de AYA. Jose Ignacio, explica que al no haber un lugar donde los jóvenes puedan formarse, la empresa se tiene que hacer cargo de educarlos y que este proceso le resulta muy costoso. “Esto no es una ONG. No te van a pagar por aprender. Pero, bueno, en el momento en el que, con nuestra ayuda, empiezas hacer piezas para producción, pues sí que recibes un sueldo y entras en plantilla”. Ejemplo de ello es Leire Izagirre quien dedicó meses en la empresa aprendiendo y hoy ya gana un jornal. “Yo estuve aprendiendo aquí durante dos años -explica Leire-, y luego ya empecé a trabajar lo más básico”.
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Bela Abellán, gerente de la empresa, informa de estar trabajando junto con otras armerías eibarresas en crear una escuela donde formar a sus futuros trabajadores. Lo que ocurre, a vista de los trabajadores, es que, a pesar de que el proyecto es una gran idea, el ponerlo en marcha supone un coste muy elevado para que lo asuman únicamente los empresarios. Ven necesaria la ayuda de las administraciones públicas para poder poner en marcha la escuela. “En las armerías se pueden encontrar personas de 70 años trabajando”, cuenta Martín Domínguez. Las empresas necesitan un cambio generacional. Hoy en día, la empresa pierde dinero cada vez que pone a alguno de sus trabajadores invirtiendo su tiempo en enseñar a un joven y, además, “se arriesga -narra Jose Ignacio-, a que después se vayan a trabajar a otra empresa”.


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Elena Izaga, grabadora, se formó en un curso que realizó el Ayuntamiento de Eibar en la Escuela Taller. Asegura que, a pesar de haber acudido mucha gente al curso, gran parte de ellos no quisieron dedicarse a ello.


Las empresas se están desmantelando, pero no por falta de trabajo, sino de trabajadores. Los más mayores se jubilan y los jóvenes no están preparados para ocupar sus puestos. “Pensando en positivo -explica Jose Ignacio-, yo creo que, no tardando mucho, se tendrán que juntar las empresas si quieren sobrevivir”.


Los autónomos


Muchos artesanos trabajan desde casa por encargos como es el caso de Mª Asun Nogués o del siguiente protagonista, Eduardo Aranburu, un grabador ya jubilado que recuerda con mucho cariño su profesión.
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Eduardo ha sido grabador desde los 14 años hasta que se jubiló hace 5. Pero, ha intentado que la profesión no muera enseñando a su hijo a grabar. “Le enseñé yo en casa. Al principio aprendió a hacer líneas rectas, después curvas, y poco a poco, aprendió”, explica. Gracias a Eduardo su hijo hoy trabaja como grabador. “Estoy muy orgulloso de que mi hijo sea grabador. Le reclaman en muchos talleres”. Eduardo estima que, a día de hoy, pueden quedar unas doce personas trabajando el grabado. “Se puede vivir de ello, y bien”, asegura.


Eduardo saca de un sobre unas fotografías. En ellas aparece el último arma que él pudo decorar con sus grabados. Las mira melancólico. La profesión de grabador, al igual que el resto de labores artesanales, solo pueden realizarlas personas que realmente vivan su profesión, personas meticulosas, con mucha paciencia.


Las instituciones públicas


Tras escuchar quejas por parte de muchos de los trabajadores acerca del olvido que sufre esta industria por parte del Gobierno Vasco y el ayuntamiento, se intentó contactar con el ayuntamiento. Se solicitó hasta en cinco ocasiones una entrevista con algún responsable. La entrevista fue denegada y, a propuesta del ayuntamiento, se enviaron las preguntas vía e-mail. Pero, no se ha recibido ninguna respuesta por su parte. Por lo que se quedarán sin saber por qué se cerró la Escuela de Damasquinado o el papel que piensa tomar esta institución para que no se cierren más armerías.

Contradictoriamente, una ciudad que se vende como “armera” descuida un legado de cientos de años que está a punto de llevar a la desaparición a culateros, cañonistas, grabadores, damasquinadores, pulidores,... y Eibar pasará a ser la ciudad que “fue armera”.

Si os ha gustado el reportaje podéis leer además "Fabricando un arma a la eibarresa"

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